Esta compañía nace en Guadalajara, Jalisco, en 1992. Desde entonces, privilegia la experimentación como el detonador del proceso creativo y del encuentro de una voz propia. La compañía fundamenta su quehacer en la búsqueda de libertad interior y espiritualidad, no exenta de un compromiso profundo y de un rigor absoluto. Actualmente tiene su sede en Guanajuato y desde ahí construye puentes de colaboración con artistas de diferentes latitudes.

Un Retrato

LOLA LINCE, UN RETRATO
Por Alfredo Sánchez.

Escuché por primera vez su nombre de boca de Alejandro Zybine, maestro, coreógrafo y bailarín quien cuando comenzaban los ochenta me la mencionó como una de sus mejores alumnas y como una definitiva aspirante a ser importante en la danza de Jalisco.
El nombre me llamó la atención por su peculiaridad: Lola Lince…¿podría alguien llamarse en realidad así?.   
Con el tiempo Lola destacó, pero acaso en una vertiente distinta de la esperada por su maestro. Fue dejando de lado los movimientos de la danza clásica, abandonó paulatinamente la espectacularidad de giros y saltos para concentrarse en algo más íntimo: la exploración del movimiento y del cuerpo en un ámbito de mayor sutileza. Ver en escena a Lola es enfrentarse con la antítesis de la danza convencional: sus movimientos mínimos, sus larguísimas caminatas, los objetos que usa en escena, la música que elige; todo remite al interior, a historias complejas, a la introspección, a la exploración que se manifiesta en el movimiento, a veces tenso y a veces relajado, con influencias del oriente pero al mismo tiempo con la comprensión de la danza occidental en todas sus formas.

Con voz aguda, suave y palabra siempre reflexiva, Lola cuenta que nació en Cotija, Michoacán dentro de una familia que le hacía poco caso, seguramente porque tenía nueve hermanos. Dueña de su libertad se encerraba en un cuarto a escuchar música y a seguir su ritmo, descubriendo la danza por sí misma, conociendo su cuerpo y los impulsos que la llevaban a moverlo.

En 1977 llegó a Guadalajara donde verdaderamente empezó su formación dancística. Aunque su búsqueda iba desde siempre enfocada a la exploración espontánea de las respuestas corporales, el azar la llevó hasta Alejandro Zybine y el ballet clásico: “Fue un reto muy grande pues es una disciplina altamente codificada donde había una veta de conocimiento muy grande” dice Lola, quien reconoce que todo aquello fue en realidad un accidente: “La estética del ballet clásico con las falditas y los tutús nunca me conmovió en lo absoluto. Yo me ponía las puntas porque me parecía que era un juego de equilibrio interesante, pero la estética no me iba, era como un corsé muy apretado y yo me tenía que mover bajo unos lineamientos técnicos demasiado estructurados. Pero me preguntaba: si el movimiento es cambio y nos estamos transformando constantemente ¿por qué me tengo que mover solamente de una manera si mi cuerpo quiere explorar otras? Fue entonces cuando se terminó mi idilio con aquella técnica”.

Me atrevo a decir que Lola Lince dejó entonces de ser “bailarina” para convertirse en otra cosa; una artista del cuerpo, quizás. Porque Lola nunca se propuso en realidad ni ser bailarina ni ser coreógrafa. Para ella la danza era una forma de conocimiento que se complementa con el trabajo de otros. Otros cuerpos, sí, pero también otras disciplinas que convergen, que alimentan y estimulan sus propias ideas.

Así, Lola se convierte en “coreógrafa” sui generis; una que baila, invita a otros a bailar y convoca a artistas diversos que participan con ella en sus locuras: escritores como Jorge Esquinca, Ricardo Yánez o Carmen Villoro; músicos como Marcos García; pintores como Penélope Downes; un videoasta-iluminador como Gustavo Domínguez. Y bailarinas, por supuesto, quienes han seguido su inspiración experimental: Gabriela Cuevas, Beatriz Cruz, Alfonsina Riosantos, entre muchas otras.

Sus trabajos tienen una especie de narrativa que a veces toma prestado de la literatura, a veces del cine, a veces de la música. “En estos tiempos”, dice Lola Lince, “las fronteras entre las diferentes manifestaciones artísticas son cada vez más maleables y son una fuente de enriquecimiento. Yo siento una particular admiración y debilidad por las palabras, me gustan mucho. Siento muy buena conexión con la literatura, con la poesía, con los signos lingüísticos que son tan expresivos”.

Lola estudió con Zybine. También con Helen Hoth y con Lucy Arce. Aprendió la técnica Graham, la de Limón, la de Cunningham. Se acercó a Paloma Martínez y emprendió su camino de independencia creativa. Empezó a tener seguidoras…¿alumnas? Cuando uno insinúa que ha dejado tras de sí una especie de “escuela”, se espanta, se escandaliza: “Ay, por favor, no me digas eso, cuando hablas de escuelas siento como algo que se está fosilizando. No es esa mi intención . Mis herramientas son un poco como …de niebla, se van deshaciendo, van mutando, nunca están igual, yo sigo cambiando. De lo único que me puedo jactar es de contagiar a otros mi entusiasmo por ir más allá de las convenciones. No creo mucho en las escuelas, es más, las odio, desde chica las detesté. Y más bien creo, con una perspectiva zen, que el maestro está dentro de uno y hay que rascarle por dentro para aprender de uno mismo. De por sí ya estamos demasiado condicionados por una gran carga cultural: cómo moverte, cómo sentarte, etc. En el caso de un bailarín, cuya relación con el mundo es tan corporal, creo que tiene que ir más allá de eso, más allá de las técnicas que pueda aprender para ir al encuentro de lo que está dentro de sí. Y esas cuestiones escolares muy metodizadas me hacen un poco de ruido. Hubo un tiempo, cuando las cosas estaban muy sueltas, que se requería un contenedor para ordenarlo todo y poderlo expresar. Pero yo, en estos tiempos, pido por favor que regrese Dionisos y que termine con todo ese orden”. Y Lola lo dice sin ningún rasgo de solemnidad ni ánimo pontificador; es más, lo expresa a gozosas carcajadas.

Cuando se habla del trabajo de Lola Lince es frecuente que aparezca asociado con la danza Butoh. Ella misma la reconoce como una de sus influencias fundamentales tanto en lo dancístico como en lo filosófico: “El Butoh es un vehículo de conocimiento para develar lo que está oculto dentro del cuerpo. Brinda la posibilidad del encuentro entre movimiento y mente y proporciona una gama de intenciones en las imágenes que reflejan a la persona humana. Es una cuestión de búsqueda y de compromiso de vida".
Y ello conecta con la filosofía zen con la que Lola se identifica por sus planteamientos “menos racionales” : “El zen parte de que todo el conocimiento, toda la pureza y toda la bondad están dentro de ti y hay que quedarse quieto para que todo eso pueda expresarse”. Y admite que hay una paradoja en ese “quedarse quieto” cuando lo dice una bailarina, aunque matiza: “Es una paradoja porque la inmovilidad es inexistente. Cuando tú mismo te quedas ´muy quieto´ te das cuenta de que hay una gran sinfonía dentro de ti: el corazón está latiendo, los pulmones se mueven, la sangre circula; hay muchísimo movimiento. Esa aparente inmovilidad es una ficción”.

Son, pues, maneras diferentes de percibir y expresar el movimiento, la materia prima del trabajo dancístico. Y ello lleva directamente a diferenciar las técnicas orientales y occidentales. “En éstas últimas”, afirma Lola, “el acento está en todo lo que se ve: un gran uso del espacio, cuánto puedo girar, cuánto puedo alzar la pierna, cuánto me puedo doblar. Las técnicas orientales, en cambio, privilegian otra cosa: toda esa energía que utilizarías para dar un gran salto, la contienes y la dejas mutar dentro de ti, expresarse de otra manera”.

Lola Lince un buen día encontró otra ruta y partió definitivamente de Guadalajara. Se mudó a Guanajuato donde inició –continuó- una trayectoria de proyectos multidisciplinarios que la alejaron de su ciudad adoptiva. Uno pensaría que extraña Guadalajara y ella no tiene empacho en confesar con una sonrisa: “Si te dijera que la extraño te mentiría… estoy donde estoy y siento mucha veneración por el lugar en el que vivo. Esa cuestión de las nostalgias la verdad se me da poco. Pero llevo a Guadalajara en el corazón…tal vez por eso no la extraño”, termina diciendo con una cierta picardía.